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Vayan y hagan discípulos (Mateo 28,19)

          El Señor Jesús escogió sus discípulos mirándolos a los ojos y diciéndoles: "Síganme". Ese fue el encuentro personal de cada discípulo con Él. Ellos recibieron un entrenamiento del Maestro día a día, y conviviendo con Él, aprendieron cada vez más de Él. Les enseñó con palabras y con hechos. Y para que tuvieran poder para cumplir su mandato de "Vayan y hagan discípulos" les envió su Espíritu Santo después de su partida. A partir de entonces aquellos discípulos cambiaron el mundo conocido de aquel tiempo a través de la predicación y del testimonio personal. Llevaron la Buena Nueva al mundo proclamando con palabras y con obras que "Jesús es el Señor, que dio su vida por ti y por mí, que Él resucitó y que por tanto, Él es nuestra salvación". El mensaje les costó la vida a la mayoría de ellos.

            También a nosotros, a ti y a mí, El Señor nos ha elegido, nos ha llamado a ser sus discípulos. Nos ha hecho vivir en el Monte Tabor  a través de un encuentro personal con Él. Nos ha pedido convivir con Él a través de una vida permanente de oración, de las Sagradas Escrituras, de los Sacramentos, y de los encuentros con nuestros hermanos. Nos ha dado el regalo de nuestra Iglesia para que juntos celebremos sus santos misterios, y especialmente la Eucaristía en la Santa Misa dominical. Nos ha dado el regalo de los grupos de oración para que allí experimentemos el vivir en una comunidad de discípulos, alabando al Señor y apoyándonos los unos a los otros.

            Sin embargo, el discípulo debe ser al mismo tiempo como María y Marta, dos mujeres del Evangelio. Como María, sentándose a sus pies para nutrirse de Él, y como Marta, sirviendo a los demás en acción. Es decir, el discípulo debe practicar diariamente la acción contemplativa, lo cual significa actuar respirando a Cristo en cada acción que ejecutamos.

            En las diferentes etapas de mi vida, el Señor me ha llevado a evangelizar de diversas formas. En mi casa y en mi familia, tanto la de este país donde vivo, como la del país que me vio nacer, el Señor me ha indicado que es con mi testimonio personal de amor,  de comprensión, y de servicio, más que con palabras, que debo evangelizarlos. En la Iglesia, el Señor me ha llevado a entender que mi ejemplo de oración y servicio son las mejores armas de convencimiento. Me ha llevado también a comprender que la prédica de la Palabra cuenta muchísimo. La gente va a nuestras Iglesias voluntariamente buscando consuelo, paz y ayuda.  Es en nuestras Iglesias y en nuestros grupos donde más libremente podemos hablarles de Cristo y llevarlos a una experiencia personal con Él.  En nuestros trabajos podemos llevar a Cristo a los demás de diferentes maneras, dependiendo de las circunstancias. El testimonio de vida sigue siendo la mejor forma. En las escuelas públicas de Nueva York donde trabajé por muchos años no podía enseñar nada sobre Dios, sin embargo, mi manera de hablar, de actuar, y de tratar a los demás me identificaba como una seguidora de Cristo, dejando así siempre Su Nombre muy en alto, y animando a otros a tratar de saber quién es Él. En otra forma, he salido y salgo en misiones, y qué gratificante es llevar la Palabra. También hoy, tengo la dicha de ser abuela, y aprovecho cada encuentro con mis nietecitos para transmitirles el gran Amor que Dios tiene por ellos.

            El desafío del discípulo es la evangelización. Y es que esta no es una opción, es un mandato. Nosotros, los discípulos, debemos hacer más discípulos. Nuestra Iglesia lo confirma en "Lumen Gentium"/"Luz de las naciones", uno de los Documentos del Vaticano II. Nos dice que por ser Cristo la luz de los pueblos, "la Iglesia existe para evangelizar."

            Llevar otros a Cristo es nuestra misión, pero no lo podemos hacer sin el poder del  Espíritu Santo.  Pidámosle al Maestro que nos bautice con su Santo Espíritu cada día, cada momento de nuestras vidas. Espíritu Santo, ¡Ven!

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