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Si quieren seguirme, tomen su cruz...(Marcos 8,34)

¿Cuántas cruces tenemos? Una vez me visitó uno de mis hermanos en mi casa, y al ver crucifijos por todos lados exclamó: "Aquí no hay forma de que entre el diablo, sale espantado con tantas cruces!" Ah, y eso que no miró mi gaveta. Las tengo de todos los tamaños y diseños para ponérmelas en el cuello.

            Los cristianos católicos amamos la cruz. Nos fascina tenerla en nuestras casas y llevarlas al cuello.  Nos deleitamos al entrar a la Iglesia, tomar agua bendita en nuestros dedos, y persignarnos con la señal de la cruz. Nos hacemos la señal de la cruz al levantarnos, al acostarnos, antes de comer, y cuando tenemos un gran apuro.

            En el tiempo de Jesús, la cruz era señal de ignominia. Significaba ser marginado, pecador, perseguido y hasta se corría el riesgo de perder la vida.

            Cuando Jesús nos dice: "Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" está invitándonos a unirnos a su mismo destino: a dejarlo todo para ser como él, y a estar dispuestos  a sufrir como Él.

            Negarse a sí mismo significa adornarse con la cruz de Cristo por afuera y por dentro. Afuera, en la pared, en el altar, en el cuello, se ve deslumbrante y llamativa. Sentimos que nos protege y que nos acerca al Maestro. Pero es adentro en el corazón donde está la realidad del discípulo. Es en la profundidad del corazón donde el Maestro nos habla y nos pide que dejemos esto y aquello que es una barrera en nuestra relación con él. Muchas personas dicen: "Yo no mato, no robo, no le hago daño a nadie", y viven conformes con esta realidad. El discípulo de Cristo ya no habla de los "No" en este sentido. Habla de los "No" al orgullo, al chisme, a la envidia, a los celos, al deseo de poder, a los apegos. El discípulo toma la decisión de decir "Sí" a lo que el Señor nos pide. Ah, y esas respuestas pueden causar verdaderos desgarres.

            A medida que voy madurando en edad y en los caminos del Señor me he dado cuenta que el Maestro nos va cambiando la ruta que nos lleva hacia Él. En mi caso personal he experimentado que en el campo del servicio me ha llamado a ejercer diferentes ministerios; y luego, después de un tiempo, cuando ya me siento cómoda y feliz con lo que estoy haciendo, el Señor me pide que le entregue lo que tengo y lo que hago. Y luego me recuerda que yo estoy en Sus Manos, que es Él quien tiene el mapa de mi vida, y que el "hacer" no es lo que me acerca más a Él; sino el "ser".

            ¿Recuerdas el pasaje de Marta y María? Allí está bien definida la diferencia entre el hacer y el ser. Jesús le dijo a Marta, quien estaba ocupada en tantas cosas, que María, sentada a los pies del Maestro, había escogido la mejor parte. Ella está "siendo" la discípula, está contemplando y escuchando al Maestro. Y es que el discípulo puede olvidar su papel principal que es la oración y dedicarse solamente a la acción.

            En el camino del discipulado podemos  tomar la cruz para adornarnos solamente, y no para cargarla. Como adorno es muy linda, ¡pero cuidado!,  puede estar llena de vanidad y de otros tantos apegos. Jesús nos quiere a nosotros, quiere que nos entreguemos como ofrenda, como sacrificio santo. (Romanos 12,1).

            ¿Señor, de qué me tengo que desprender? ¿Cuál es la cruz que debo cargar cada día?  Maestro, recuérdame siempre que mi llamado primordial es ser tu discípulo; dame la fuerza para  desprenderme de todo lo que no es tuyo, y ayúdame a llevar mi cruz con paz y alegría.

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