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"El Maestro está aquí y te llama" (Juan 11,28b) 

           Marta y María están desoladas por la muerte de su hermano Lázaro. En cuanto Marta se entera que Jesús viene en camino sale corriendo a recibirlo para reclamarle con dolor que si él hubiera estado presente su hermano no habría muerto. María, en cambio, se queda en casa. Quizás no creía que Jesús vendría; o quizás estaba tan triste y deprimida que ni siquiera tenía fuerzas para levantarse y correr hacia Jesús.

            Mientras tanto Jesús y Marta tienen un diálogo extraordinario en el cual Jesús le afirma a Marta que Él es la Resurrección y la Vida, y que el que cree en él no morirá para siempre. Con gran maestría, delicadeza, convicción y amor, Jesús le pregunta a Marta si ella cree lo que él está diciendo. Marta, que ya ha empezado a  transformarse en el diálogo con el Maestro, le responde con gran firmeza: "Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que ha de venir a este mundo." 

 

            Dentro de este contexto de dolor, confusión y finalmente de una revelación de fe y confianza le llega a María el mensaje de Jesús: "El Maestro está aquí y te llama". 

 

            Es preciso notar que la que lleva el mensaje es una Marta transformada por el contacto con el Maestro. Ya no es la Marta triste,  quejumbrosa y acongojada que se presentó a Jesús en un principio. La Marta que habla al oído de María es una mujer diferente, convencida de que su amigo Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, anunciado por los profetas.  Le habla despacio y bajito a María, como en secreto, para que nadie más se entere de que Jesús quiere ver a solas a María. Y ella, que hasta este momento solamente ha estado escuchando su propio dolor y las palabras de consuelo de los amigos, distingue la voz del Maestro en el mensaje de Marta, y corre al encuentro con el Amado. Llora a sus pies con tanto dolor que mueve a Jesús a llorar con ella, y a actuar resucitando a Lázaro. 

 

            En la vida nuestra, como discípulos de Jesús, también muchas veces no distinguimos su Voz porque estamos distraídos con otras voces, ya sean externas o internas. El ruido del mundo de hoy: televisión, música, carros, aviones, sirenas de policías y ambulancias, conversaciones, discusiones y otros tantos ruidos nos pueden bloquear la mente y los oídos. 

 

            Sin embargo, no son estos ruidos los más peligrosos. Son las voces internas nuestras las que verdaderamente nos impiden escuchar Su Voz. En definitiva, podemos encerrarnos en una habitación, apagarlo todo; pero si no apagamos nuestras voces de quejas, preocupaciones y dolores, no vamos a distinguir la voz del Maestro. 

 

            Necesitamos hacer silencio dentro de nosotros mismos; y re-encontrarnos cada vez con Jesús en la oración. Así podremos ser receptores de Su Voz, como María, y  portadores, como Marta, del mensaje de Jesús para los demás.

 

            "El Maestro está aquí, y te llama". ¿Has distinguido Su Voz?

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